miércoles, 17 de agosto de 2016

Perdimos el tiempo

Perdimos el tiempo. No pudimos perderlo más y mejor,  como si jamás lo hubieran inventado, como si nunca lo hubiéramos poseído, ni del todo ni de nada. Perdimos el tiempo abriendo puertas e invitándonos a salir, dando salida a las ganas que nunca tuvimos, dando entrada a las manías que nunca conocimos. Perdimos el tiempo porque no supimos cuidar de nosotros, porque nos contagiábamos de todo, de todo lo vibrante y aullador del mundo, de todo lo que era de todos menos nuestro. Lo perdimos porque preferíamos buscar estanques donde hacer pie que complicarnos la respiración bajo el agua. Lo perdimos divididos y en mayúsculas, subrayándonos errores, entrecomillándonos los besos y recalcándonos las faltas.

Perdimos el tiempo y os juro que no lo pudimos perder mejor. Perdimos el tiempo buscando culpables en palabras vacías que se llenaban del tiempo que gastábamos en perder. No fuimos conscientes de que nuestros corazones habitaban continentes distintos, de que estábamos a kilómetros dentro de la misma habitación, de que hablábamos idiomas desconocidos y  de que el lenguaje corporal nunca estuvo de nuestra parte. Perdíamos el tiempo constantemente, como si nos lo regalaran en cualquier esquina, como si no lo necesitáramos realmente. Perdimos el tiempo porque no supimos donde lo dejamos, porque alguien nos lo cambió de sitio, porque no quisimos poseerlo más. Perdimos el tiempo juntos porque por separado no nos habría salido tan bien, porque por separado ni siquiera nos hubiéramos sentido tan libres.

Perdimos el tiempo porque no lo pusimos a buen recaudo. Lo perdimos porque nos pesaba, porque preferimos no complicarnos la vida compartiéndolo, porque preferimos perdernos en otras vidas, en otros gustos, en otros gestos que aprendernos los nuestros.  Lo perdimos porque nunca nos elegimos bien, porque cuando vimos ventanas nos crecieron alas y nunca deseamos volver, porque nunca nos sentimos nada el uno del otro, porque nos extrañábamos a todas horas como extraños y después de tanto nunca aprendí a aprehenderte. Lo perdimos siendo descarados, sin disimular, arañando cada fallo como si mereciera tal importancia en nuestro personal caos. Perdimos el tiempo porque moríamos por encontrar excusas que nos salvaran de nosotros mismos, por evitarnos, por terminar el uno con el otro en cada respiración.

Lo perdimos. Lo perdimos como nunca nadie lo hubiese perdido en su vida, lo perdimos porque  si no lo hubiésemos perdido, nunca habríamos sido tan felices y tan fracasados.