Apenas hace dos minutos cuando me
invadió, de nuevo, el vértigo. Sentí en el agujero negro de mi alma el miedo al
círculo vicioso del amor. No estoy preparada. No estoy en ese momento idóneo en
el que bienvenidos sean los besos, los excesos y las ganas. No serian esos los
actos más adecuados para el teatro en ruinas situado en la enorme avenida de mi
vida.
Me desenamoré del amor hace
apenas dos minutos. Lo hice al cuestionarme qué eran los besos ahora para todos
esos corazones a los que llamamos gente. Qué significaban ahora esos besos de
ojos cerrados, respiración entrecortada y cosquilleo en lo profundo de nuestro
ser, si se regalaban como caramelos en la puerta de un colegio. Si se rifaban
en las tómbolas nocturnas como meros chupa-chups
en la boca de todos. Qué eran entonces los besos si ya no provocaban
explosiones químicas en los cuerpos mundanos.
Me desenamoré porque ya no me acordaba de lo que era eso de que te hagan
sentir especial, única y valorada. El verbo estimar
hacia mucho que había dejado de consumirse. Las gentes ya apenas eran corazón,
sino mente. Se valían de trucos profanos
que jamás rozaron un ápice lo que de verdad se entendía por magia. La moda era
seducir cuerpos, en lugar de conquistar almas.
Me desenamoré porque el amor ahora se bebía con un par de cañas en la
esquina de cualquier calle desdibujada.
De tal modo que desaprendí a amar.
Era absurdo sentir algo que estaba en desuso, que había quedado obsoleto, y se
había agotado en todas las tiendas de la ciudad. Nadie, en la realidad más
actual, estaría dispuesto a garantizar un amor con resguardo, ilimitado,
desmedido, y sin intereses. Nadie promete lo que no puede dar. Así que no busquemos vicios que nos puedan superar. Me desenamoré del sentimiento porque
no era mi momento. No era el momento para dejar pasar al amor a sus anchas, para
dejarlo pasear por mi vida como espectáculo, para hacerle fiestas y brindarle
secretos. No. Más bien, si eso pasara, terminaría invitándolo a salir de mis
fronteras de manera educada, haciéndole ver que está de más sin echarle de
menos.
Tal vez, no es el mejor momento en mi vida para la obra pasional que muchos anhelan, porque el
amor ya ni se inventa, ni se halla, ni
lo elijo. No podría aceptar al sentimiento
cuando ya no creo en él. No podría querer suficientemente a alguien, ahora, como para
darle barra libre en mi vida, y que beba todo lo que se encuentre a su paso. No podría
querer demasiado a alguien como para regalarle mi más íntimo yo sin ticket de
devolución, porque por desgracia, los regalos como la intimidad que brindas
jamás se devuelven. Porque para empezar, no se puede querer suficientemente a
alguien cuando no te quieres suficientemente a ti.