Quizá aquel día el autobús estaba
más lleno de lo normal, el frío calaba un poco más y las calles andaban solas
parándose en cruces y semáforos. Qué curioso que con la tormenta el mundo de
las aceras se pare de pronto y ya solo se escuchen vehículos contaminándolo
todo sin cuidado. Lo cierto es que en plena tormenta todos nos quedamos
parados, quietos, dejamos de andar pensando que así la tormenta pasará más
rápido, que sin hacer nada la situación en la que nos encontramos, por arte de
magia, cambiará. ¿De verdad esperamos que las cosas buenas nos caigan del cielo?
Vuelvo a mi autobús y a la gente
que observa la tormenta con asombro o desinterés, toda esa gente que asiste, con
prisa y cuidado, a su respectiva cita con la rutina. Cada uno escribiendo con
su propia letra el magnífico libro de la vida, con sus circunstancias e
historias. Y yo, una viajera más, pero no menos importante continúo, admirada,
viendo como muchos de ellos observan al unísono la tormenta que cae por encima
del techo que nos cubre, y otros, en cambio, prefieren observar sus aparatos
eléctricos desinteresados, quitándole importancia a lo que ocurre.
Entonces, sin querer, me doy
cuenta de que hay dos maneras de ver la vida: Una dejando que todo te sorprenda, y la otra no
dejándote sorprender por nada.
Y, ciertamente, yo me considero
del segundo bando. ¿Acaso esas personas que se quedan sentadas en el autobús
observando sus móviles y quitándole importancia a la tormenta están dejándose sorprender?,
¡Déjate sorprender!... Ahora sí, para dejarte sorprender por el mundo tienes
que empezar por sorprenderte a ti mismo.
En ocasiones olvidamos las grandezas que mueven los mundos corrientes. Sorpresas, admiraciones, asombros...déjate conquistar por todo. Déjate seducir por lo inesperado.
Y, a todo esto: ¡QUÉ ESPECTACULAR TORMENTA!
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