sábado, 8 de noviembre de 2014

¡Sorpresa!

Quizá aquel día el autobús estaba más lleno de lo normal, el frío calaba un poco más y las calles andaban solas parándose en cruces y semáforos. Qué curioso que con la tormenta el mundo de las aceras se pare de pronto y ya solo se escuchen vehículos contaminándolo todo sin cuidado. Lo cierto es que en plena tormenta todos nos quedamos parados, quietos, dejamos de andar pensando que así la tormenta pasará más rápido, que sin hacer nada la situación en la que nos encontramos, por arte de magia, cambiará. ¿De verdad esperamos que las cosas buenas nos caigan del cielo?

Vuelvo a mi autobús y a la gente que observa  la tormenta con asombro  o desinterés, toda esa gente que asiste, con prisa y cuidado, a su respectiva cita con la rutina. Cada uno escribiendo con su propia letra el magnífico libro de la vida, con sus circunstancias e historias. Y yo, una viajera más, pero no menos importante continúo, admirada, viendo como muchos de ellos observan al unísono la tormenta que cae por encima del techo que nos cubre, y otros, en cambio, prefieren observar sus aparatos eléctricos desinteresados, quitándole importancia a lo que ocurre.

Entonces, sin querer, me doy cuenta de que hay dos maneras de ver la vida: Una dejando que todo te sorprenda, y la otra no dejándote sorprender por nada.
Y, ciertamente, yo me considero del segundo bando. ¿Acaso esas personas que se quedan sentadas en el autobús observando sus móviles y quitándole importancia a la tormenta están dejándose sorprender?, ¡Déjate sorprender!... Ahora sí, para dejarte sorprender por el mundo tienes que empezar por sorprenderte a ti mismo. 

En ocasiones olvidamos las grandezas que mueven los mundos corrientes. Sorpresas, admiraciones, asombros...déjate conquistar por todo. Déjate seducir por lo inesperado.

 Y, a todo esto: ¡QUÉ ESPECTACULAR TORMENTA!

No hay comentarios:

Publicar un comentario